lunes, 23 de enero de 2017

[EVOCACIÓN DE UNA NOCHE DE VERANO]

Verano. Sigues aquí entre todas éstas sombras
de un sol desnudo  – quimera amarilla –  y apacible
con un desierto de mil cigarras y de alondras
y con un cruel infierno ¡que es tan apetecible!

Tan pleno. Irascible. Tan furioso y somnoliento
es el día lleno de matices y de fuego
con voces que circulan y gritan en el viento
para apagarse dentro tuyo, muy pronto luego.

Eres la canción incandescente de la vida
la estrofa más ardorosa de la poesía
la que quema tanto de noche como de día
la que se escribe con el sudor y la desdicha.

Mi ardor prosaico creció en tu seno cierta noche
con brío de estertores calcinados, lo sé
y fue una confusión tan insulsa la de entonces
que todo lo que ha sido, solo fue aquella vez.

El calor, el fuego, la pasión. Son rudimentos
del verano que incendió el fuego de tantas cosas:
con la vid, el candelabro y la madera luego
para por fin quemar a los hombres con las horas.

Astilla de una brasa muy antigua que me quema
es mi ánimo que sopla en su latir la proeza
de un sobrio verano que me mata y que me deja
encendido ante mi meta pero sin hablar.

Verano. Sigues aquí entre todas éstas sombras
donde yo aún exhausto me busco y no me encuentro
transpirando, transpirando de todas las formas
esperando, esperando y por el resto del tiempo.

Voy a morirme un día caluroso de verano
con el sol sobre la cara, pleno, con la arena
calcinando todos mis recuerdos y los años
uno a uno, para que por fin sea lo que fuera.

Y en ese lento quemarme de sol y de sílice
solo pido que ya no estés. Tan solo una vez
y que los recuerdos no resulten más difíciles,
que todo lo que ha sido, solo fue aquella vez.

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