Hace un tiempo, caminando por mi isla solitaria, más precisamente por ésta playa desolada y ardiente, encontré a la vera de un peñasco una botella echada al mar con su mensaje. La abrí de inmediato. Sobre el papel solamente decía "no te apartes de mi".
Qué innecesario, pensé, ¿quién podría enviar semejante mensaje? Puesto que si ya estás conmigo, ha qué enviarlo, más aún de esa manera, echándolo al mar desesperado que todo lo olvida, por qué no tan sólo decirlo a viva voz o al oído; y si de hecho nunca has estado, entonces peor aún, a qué escribirlo, ¿verdad?
No tenía ningún sentido.
Pero hay una duda más agobiante todavía: ¿para quién será, estaría dirigida semejante súplica?
Paso horas enteras releyendo y pensando en las distintas posibilidades con las que cuento para resolver tamaño acertijo. Hay una sola que atesoro, y cada vez con más fuerza, que efectivamente sea yo el destinatario, de dicha súplica. Porque entonces hay alguien que está a mi lado, porque entonces habrá un motivo para quedarme.
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