Y fue en el inicio de los tiempos
que un hálito se convirtió en alma.
Un breve soplo fue necesario
como para nacer lo divino.
Y creció en el hombre la certeza
de que sí, era él mismo su certeza,
y fue su visión la del abismo.
Un hálito, solamente fue eso
¿pero, habrá sido cualquier suspiro
el que de esa forma en alma vino?
Y no. Es muy probable que hayan sido
como unos y múltiples soplidos.
El hálito que fue tempestades
devino en un alma muy intrépida
y es huracanada. Mientras el
soplido de un pájaro aguerrido
fue un curtido ánimo de tesón
y de plenitud siempre medido.
Quizás fue el soplido de ese pez
que ya no cree en lo muy profundo
el que mutó al cabo en frágil ánimo
cohibido, fatal y abatido.
Y ha sido de ese envión repentino
al final, de una ola y su soplido
desde donde ha espigado un alma
trágica y pródiga sin olvido.
¿Y al poeta? ¿Cuál ha sido el hálito
encendido que lo ha producido?
Y el poeta. ¡Ay claro!, el poeta….
Todavía sopla. Sopla. Y
sopla.
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