Hay
días lo confieso
en
que la poesía
desaparece
de mis días
son
momentos atroces
quietos
inmutables desolados
instantes
donde todo el peso
del
afligido mundo
que
gira y gira
cae
sobre uno
que
ha dejado de girar
y
eso no es la muerte
sino
algo de peor calaña
es
decir cuando se tiene la conciencia
del
dolor de no estar muerto
¡sí
que es algo formidablemente peor!
Lo
azabache nos gana la retina
y
los grises son fantasmas doloridos
que
buscan entre los rincones
girones
de palabras
trozos
de imágenes
alguna
que otra conjugación
o
simplemente un verso
sencillo
tenaz y duradero
con
el que beber tanta sed prolongada
o
darse un chapuzón de nostalgia
para
que los ojos no se bañen de lágrimas
ni
las narices moquen humores perdidos
y
entre tanta agua tanta nube y tanta sed
tratar
de renacer por momentos del olvido
¡sí
que es una tarea formidablemente atroz!
En
tales ocasiones conjuro a mis poetas
les
preparo inciensos exquisitos o litros de tasas de café
para
que me muestren la salida y es cuando responden:
“A
veces necesitamos un peso suplementario,
un
lastre o hasta un ancla,
para
no desvanecernos en el aire…
…
y ni siquiera el peso del poema
puede
ya sujetarnos.
Es
preciso entonces no olvidarse
de
poner en el magro equipaje,
junto
a las sombras y las ausencias que sabemos,
algunas
de las piedras que nos han arrojado.
O
un puñado tan sólo
de
la tierra que aguarda”.
¡Sí
que me quema formidablemente el estómago de tanto café!
Hay
días lo confieso
en
que el amanecer me recuerda
que
está amaneciendo
como
todos los días
sin
nada más que decir
fatídicos
días donde las formas
son
idénticas a cada cosa
y
los colores y olores
son
tal cual son sin ton no son
porque
hasta el sonido es el mismo
con
su canción de trino
en
el pico rapaz del ave vencido
o
de los ojos del pez que estáticos aguardan
por
el cebo sabido que han de ingerir
¡Sí
son crueles los días en que formidablemente no sale escribir!
Al poeta Roberto Juarroz
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