Hay un
muerto en una esquina.
Es como una
cruz que abriga
como si
enseña y obliga,
a los pies
del que camina
con tanta fe
que imagina
la senda del
crucifijo,
que ampara
como un cobijo
y nutre cual
alimento
al ánimo con
su aliento.
Sí, es un
muerto, ¡soy yo, tu hijo!
Sin vigor ni
epifanía
yago solo
sin sentido
en una
esquina tendido,
si hasta
fácil se diría
que he
muerto por insanía
producida
por espanto
que ocasionó la que tanto
en ausencia
me ha dejado
y sin haber
esperado
que se
termine éste canto.
Es igual
cruz que señala
en el lugar
de la esquina
a la muerte
que se inclina
por buscar
de lo que exhala
su pasión
que ya no inhala
la senda del
crucifijo
que se
vuelve un acertijo
como fiero y
desalmado.
Muerto al
fin lo has aceptado:
si es un
muerto, ¡soy yo, tu hijo!
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