Abres cada página para hallar un amigo.
¿Ves? Ahí tampoco hay nada. Y procuras leer
mientras imaginas a cada letra una senda
irremediable y tenaz por un mismo camino.
Y te preguntas cada tanto ¿por qué me tomas
de mis recuerdos más antiguos, los más azules,
y pones en valor mi trabajoso desatino?
¡Silencio! El poeta sigue firme con su trino.
Hay una llama encendida en cada nuevo verso
sopla y sopla incansable el lector de poesía,
incinera sus ojos y alumbra el universo.
Ay Dios!, es que leer era todo cuanto había.
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