sábado, 19 de marzo de 2016

[CON DOLOR A CAFÉ]



Hay días lo confieso
en que la poesía
desaparece de mis días
son momentos atroces
quietos inmutables desolados
instantes donde todo el peso
del afligido mundo
que gira y gira
cae sobre uno
que ha dejado de girar
y eso no es la muerte
sino algo de peor calaña
es decir cuando se tiene la conciencia
del dolor de no estar muerto
¡sí que es algo formidablemente peor!

Lo azabache nos gana la retina
y los grises son fantasmas doloridos
que buscan entre los rincones
girones de palabras
trozos de imágenes
alguna que otra conjugación
o simplemente un verso
sencillo tenaz y duradero
con el que beber tanta sed prolongada
o darse un chapuzón de nostalgia
para que los ojos no se bañen de lágrimas
ni las narices moquen humores perdidos
y entre tanta agua tanta nube y tanta sed
tratar de renacer por momentos del olvido
¡sí que es una tarea formidablemente atroz!

En tales ocasiones conjuro a mis poetas
les preparo inciensos exquisitos o litros de tasas de café
para que me muestren la salida y es cuando responden:
“A veces necesitamos un peso suplementario,
un lastre o hasta un ancla,
para no desvanecernos en el aire…
… y ni siquiera el peso del poema
puede ya sujetarnos.
Es preciso entonces no olvidarse
de poner en el magro equipaje,
junto a las sombras y las ausencias que sabemos,
algunas de las piedras que nos han arrojado.
O un puñado tan sólo
de la tierra que aguarda”.
¡Sí que me quema formidablemente el estómago de tanto café!

Hay días lo confieso
en que el amanecer me recuerda
que está amaneciendo
como todos los días
sin nada más que decir
fatídicos días donde las formas
son idénticas a cada cosa
y los colores y olores
son tal cual son sin ton no son
porque hasta el sonido es el mismo
con su canción de trino
en el pico rapaz del ave vencido
o de los ojos del pez que estáticos aguardan
por el cebo sabido que han de ingerir
¡Sí son crueles los días en que formidablemente no sale escribir!


Al poeta Roberto Juarroz


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