Verano. Sigues aquí entre
todas éstas sombras
de un sol desnudo – quimera amarilla – y apacible
con un desierto de mil
cigarras y de alondras
y con un cruel infierno ¡que
es tan apetecible!
Tan pleno. Irascible. Tan
furioso y somnoliento
es el día lleno de matices y
de fuego
con voces que circulan y
gritan en el viento
para apagarse dentro tuyo,
muy pronto luego.
Eres la canción incandescente
de la vida
la estrofa más ardorosa de la
poesía
la que quema tanto de noche
como de día
la que se escribe con el
sudor y la desdicha.
Mi ardor prosaico creció en
tu seno cierta noche
con brío de estertores
calcinados, lo sé
y fue una confusión tan
insulsa la de entonces
que todo lo que ha sido, solo
fue aquella vez.
El calor, el fuego, la
pasión. Son rudimentos
del verano que incendió el
fuego de tantas cosas:
con la vid, el candelabro y
la madera luego
para por fin quemar a los
hombres con las horas.
Astilla de una brasa muy
antigua que me quema
es mi ánimo que sopla en su
latir la proeza
de un sobrio verano que me
mata y que me deja
encendido ante mi meta pero
sin hablar.
Verano. Sigues aquí entre
todas éstas sombras
donde yo aún exhausto me
busco y no me encuentro
transpirando, transpirando de
todas las formas
esperando, esperando y por el
resto del tiempo.
Voy a morirme un día caluroso
de verano
con el sol sobre la cara,
pleno, con la arena
calcinando todos mis
recuerdos y los años
uno a uno, para que por fin
sea lo que fuera.
Y en ese lento quemarme de
sol y de sílice
solo pido que ya no estés.
Tan solo una vez
y que los recuerdos no
resulten más difíciles,
que todo lo que ha sido, solo fue aquella vez.
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