La ciudad de Corrientes es un lugar con muchas leyendas. Tiene más de cuatrocientos años. Para nosotros es mucho. Para mis amigos europeos, nada. Sin embargo, calculo que no es el tiempo lo que define el estado mitológico de las ciudades, sino algún otro componente, misterioso, enigmático, casi mágico; más exacerbados en algunos lugares que en otros. Dicho esto, debo contarles que hay en la ciudad de Corrientes un sitio muy particular. Su ubicación precisa, o mejor, aproximada, es en las esquinas de Medrano y 3 de Abril. Justo en esa intersección, hay un sitio que te transporta a todos los sitios. No es un túnel. Eso hay en muchos lados. Es una puerta. Un portal. Asombroso lugar que, según dicen, te traslada repentinamente a cualquier parte. El destino ahí, es totalmente azaroso. A mi, por ventura, me tocó atravesarlo tres veces. La primera, terminé atrapado en un lejano puente de madera, que atravesaba un río calmo y transparente, con árboles de fierro y afiladas garras, por la rivera. La segunda fui arrojado a una hondonada maravillosa, petrificante y eterna. La tercera, más impactante que las anteriores, me encontró en una secuencia de surcos fértiles y genitores de experiencias inolvidables. Dicen los habitantes de esa ciudad que Corrientes tiene payé, yo no estoy muy seguro del significado de tal dicho. Me gusta creer, contrariamente, que esa era la forma guaraní de pensar la querencia y la pasión. Entonces, en ese sitio es como si el embrujo se convierte en ombligo. No es otra la arquitectura del amor.
MG, Resistencia verano del 2011
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