Todavía sueño con trepar a los árboles que de niño
(¿cuándo fue que perdí toda vocación por el ramaje?)
y me veo todavía inmerso entre hojas que se balancean,
entre luces y sombras que se conjugan persistentes
ante el claro movimiento continuo y despiadado del tiempo,
lluvia de rayos vivaces que perforan el follaje
y uno ahí, innecesario y vivo, lleno de sombras y de luces
(¡verdad que hace tanto tiempo que no cuelgo cual si un
fruto!)
Recuerdo incluso haber sentido en esos minutos vegetales
la misma pasión blanca de la savia en mis rojas venas,
y lograr mirar el mundo parado desde los altos troncos
era como volar, porque ahí se esconde ese secreto,
el de los pájaros veloces que sólo vuelan porque hay hojas
(¿cuándo fue que los árboles despidieron a los niños?)
Y el viento cálido o frío en la cara no era aire, era un
susurro
imperceptible, inenarrable de relatos audibles,
es que atesoran en sus raíces las historias de los muertos
que con sus manos cavaron sus fosas bajo la tierra,
o la de los dioses que algún día cansados se protegieron
del sol bajo sus frondas y osaron narrar el destino
(¡cuánta nostalgia del árbol que anhela mi avance matutino!)
Aquí yace el tronco muerto hecho madera sobre el suelo
yace aquí mi niñez sin recuerdo sepultada en el madero
(A la higuera que contuvo mi niñez)
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