El hombre entrevió la puerta semiabierta.
Dudó un instante, es cierto, pero al final tomó aire y con decisión la abrió de una sola vez.
Adentro, la habitación parecía espléndida pero, curiosamente, no había nadie. La habitación estaba totalmente vacía y eso era raro porque él hubiera jurado, que hubo alguien ahí adentro, esperándolo. Pero no, nadie. Solamente una penumbra desolada y tamaña soledad.
No había nadie pero él sintió de pronto una caricia tímida que lo envolvió el cuello cálidamente. Se sintió bien y fue suficiente.
Por las dudas aquel hombre prefirió no encender la luz. Con la luz, las ausencias son mucho más notorias.
Salió luego despacio, sin hacer ruidos, sigilosamente, es que no quería molestar a lo que ya no estaba y cerró fuerte la puerta para que ya nadie, absolutamente nadie se escape.
MG
(A Marty, querida amiga)
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