y veo su sombra
y un rayo de luz que lo
encandila
y veo la tierra que lo apaña
como una cuna.
Sin embargo,
ahí aún,
no hay nada.
Veo un pájaro en el cielo
y veo cielo
y hasta escucho su gorjeo
indescifrable
que colma la mañana.
Sin embargo,
aún ahí,
tampoco hay nada.
Por fin veo
tus ojos indescifrables como
un espejo
y en ellos de pronto me
reflejo;
ese ahí, en vos, ¡soy yo!
y es cuando descubro
al signo por su nombre
en el instante en que te
nombro.
Entonces escribo: el resto
de las cosas serán solamente
una prolongación
de esa necesidad de lenguaje
que he visto en tus ojos,
señalándome los árboles y los pájaros
y a mis ojos, ¡dentro de tus ojos!
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