Yo pienso
que estoy como ahorcado.
Sí, como que
cuelgo de mi cuello
y tira la
gravedad mis patas
y así,
estirado y todo, así miro
el feroz
mundo a mi alrededor
que pasa y
no cesa de pasar.
¡Nadie mira
por éste ahorcado!
Cuando
siento que se me acalambran
las
pantorrillas pateo el aire
– supe a veces
molestar a alguien
que pasaba –
y con eso alcanza
para no
entumecer mi esqueleto
que yace en
soga altivo y colgado.
¡Nadie mira
por éste ahorcado!
Cuando hay
viento y lluvia es muy difícil,
uno se
fluctúa, y gira y gira,
colgado de
la soga que gira
y uno es
como un lienzo abandonado
o un
estandarte desahuciado
dejado en el
campo de batalla
colgado y ¡sin
que nadie te mire!
También es
difícil cuando hay pájaros
que posan
verdes en la cabeza,
a picar los
ojos o la oreja
y uno sin
manos – ya sin fuerzas –
para
espantar tanto desconsuelo,
ya he
probado con gritar, no sirve.
¡Es que
nadie oye a un ahorcado!
O los perros
que brincan debajo
de mis pies,
para bien destrozarlos
plenos de
hambre, también están ellos,
y uno solo
patea en el aire
con tal de
quitarse esa amenaza
y sacarse de
abajo, por caso.
¡Fuera
perros, deja al ahorcado!
Un día o
noche, con el cansancio
de estar
colgado uno se confunde,
soñé que
alguien cortaba la soga
que me ata
de arriba, y yo caía
sin más a un
hondo pozo de tierra
removida que
ansioso esperaba.
¡No había
más por éste ahorcado!
Viejo como
estoy y resignado
cuelgo como
si una ropa vieja
de un
alambre oxidado, sin dueño,
que alguien
lejano se fue olvidando;
y para darme
ánimo me digo:
qué importa
saber quién me ha colgado
si es igual a todos: ¡oh, ahorcado!
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