¡Que tarde tan quieta sobre el verano de la siesta!
Así es mi pueblo. Un infierno tan íntimo.
Busco entre la quietud de las piedras una respuesta
y es su sosiego mi mayor pensamiento.
Todo es amarillo cuando el sol cae en oblicua forma
y perfora la laxitud de las cosas
como espadas incandescentes que atraviesan la norma
y pronto, muy pronto, se apoderan de la hora.
Es la hora en que el tiempo se detiene ante el otro
tiempo,
el de uno mismo, vorágine de la quietud que
contempla
la máquina incesante del abismo a contra tiempo
y ahí uno, inflexible, duro, atónito. Eso es la
piedra.
No pocas veces me dije: ¡no, no es cierto!
No hay tal cosa y ni otra ninguna
ni se está ciertamente muerto
no, no es cierto, son patrañas, son patrañas.
Pero pronto la hora ciega explota en un silencio atroz
y todo cae armoniosamente sobre sí mismo
es la armonía cadenciosa de la voz
que calla, que grita, pero que no habla. No habla.
Lo verde salpica entonces su quebranto verde
y las hojas ceden al hechizo de la luz
mientras el viento tan solo pierde
su paciencia y su voz.
………………………………..
Hoy vi un poeta sobre la acera
y sé que miraba quietamente su quietud
con versos de piedra y de quimera.
Porque así es mi pueblo. Un infierno en plenitud.
A la poeta Estefanía Ceballos
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