¡Oh amanecer de mis ojos!
Luz de la luz que emana
y que sostiene, y que sostiene;
¿no soy yo por caso un haz
de fulgor entre despojos?
Radiante brasa de la mañana
que de la noche sobreviene
y es tan fugaz, y es tan fugaz.
¡Oh amanecer de mi día nuevo!
Gracias, gracias por llevarte mi noche
mis sombras y sus soles diminutos
¡y que la luna paciente espere
si es que quiere verme de nuevo!
Y me hago luz sin ningún reproche,
gozando de las horas y sus minutos
que es lo que quiero y lo que me quiere.
¡Oh amanecer espléndido!
Creo en tu fragua miscelánea
que inventó el trino y el gorjeo
y así canta, y así canta
palmo a palmo lo que es medido
canción eterna y espontánea
en eso creo, en eso creo
cada vez que empuja y me levanta.
¡Oh amanecer de la prima hora!
Déjame ver la luz un tiempo más,
retira la noche de mi aposento
y que amanezca, y que amanezca;
que no quiero extrañar la aurora
cuando por siempre me vaya quizás
y ni sea sol, ni luz, ni viento
y todo cuanto sea no sea lo que parezca.
¡Oh amanecer, bienvenido a mis ojos!
Que de él brote la luz y el canto
que en la sombra no hay nada,
no hay nada, no hay nada.
¡Bienvenido a mis viejos ojos!
Y escríbeme con tu encanto
el verso efímero de la mirada
que aquí no hay nada, no hay nada.
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