Búscame fuego en tu infierno
más preciado. Ardiente llama
deja que tu voracidad consuma
mi angustia líquida y húmeda
y libérame de éstas lágrimas
saladas de hastío. Que se queme
mi carne furibunda de memoria
y que fluya en hálito tu llamarada
redentora de amarillo olvido.
Que arda tu calor ardiente
sobre mis ojos y lo seque todo
por días enteros todo el año
hasta que tu fuego no tenga ya
motivos para quedarse en mi
y se apague paulatinamente todo
cuanto fui exactamente. Inicia
de una vez por todas la rutina
de tu incendio circular
y envuélveme en tu avidez de brasa
que yo sabré ser ceniza postrera
y viento y levedad y ligereza
igual que en ésta hora fuego
en que no ardo en que no ardo
ni se encienden en mi alma
ningún calor siquiera. Seco
de fuego. Sin nada que
decir.
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