Durante
mucho tiempo, sobre todo de joven, he tenido la oportunidad de repetir hasta el
hartazgo aquel cantar que inmortalizara Antonio Machado
"Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar."
Claro,
el poema de Machado (frecuentemente, cantado por Serrat) es una pieza inconfundible
de seducción, conquista, inteligencia y contorno intelectual insoslayable. Sin
embargo, había algo en él, que nunca terminaba de cerrarme del todo. Esas cosas
que resuenan en otro lado, como un eco distorsionado. Una intuición imprecisa
de que alguna otra cosa resonaba como trasfondo de esas "bellas
palabras".
Recién
a fines del año pasado, encontré un texto (que me andaba buscando), y donde
aquello que me incomodaba, solo por usar un término, adquirió de pronto
significación y maduró la síntesis. Se trata de una narración del notable
escritor Lu Sin (o Lu Xun), padre de la literatura moderna china, ideólogo del
Movimiento del Cuatro de Mayo, y activo militante del partido comunista chino.
En un cuento titulado Mi Antiguo Hogar, publicado en 1921, escribía: "Mientras
me iba adormilando, una franja de costa verde jade se extendió ante mis ojos, y
sobre ella colgaban una dorada luna redonda y un cielo azul oscuro.
Pensé: no se puede decir que la esperanza exista como tampoco se puede decir que no exista. Es como los caminos que cruzan la tierra. Porque en verdad, al comienzo la tierra no tiene camino, pero cuando muchos hombres marchan en una misma dirección surge el camino".
Pienso:
¿con cuánta frecuencia hemos repetido la idea de que el hombre marcha solo, y
que la individualidad del hombre es la que determina la senda en la soledad de
su huella; y con cuánta frecuencia hemos desechado la otra verdad evidente: los
auténticos y valederos caminos solo pueden ser sendas colectivas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario