Acabo, en el respetuoso sentido de la palabra, de terminar de leer a Yasunari Kawabata. Lo bello y lo triste, lleva por título ésta pequeña novela que me atrapó desde el inicio. La misma relata la historia de una antigua pasión y el desenlace de una venganza. Sin embargo, éste relato periférico, que por sí mismo ya es atrapante, esconde a lo largo de la novela planos o dicotomías yuxtapuestas que si bien por momentos resultan paralelos, en otros se tocan, y en cada unión se modifican y emergen cambiados siendo ellos mismos. Así sucede con temáticas tan distintas pero sustanciales como ser entre el amor y la locura, entre la realidad y el arte, entre la persona y el personaje, en fin entre lo bello y lo triste de la existencia humana.
La unidad de la novela es como una esfera de capas superpuestas donde lo más superficial es el relato de la antigua pasión entre Oki Toshio y Otoko, intermediada en el presente por Keiko, la joven que de alguna manera es portadora del drama y provoca su desenlace.
Sin embargo por debajo de ese relato se van estructurando otras crónicas que le otorgan a la obra un sustento y una consistencia magistral.
Es un tratado psicológico acerca del amor y la locura.
También es un discurso acerca de lo real y de su imagen, el arte o la literatura.
Y un profundo debate en torno de la persona y el personaje.
Los temas se van presentando solapadamente a medida que avanza la narración central, pero emergen en el preciso momento donde se tocan y dan sentido profundo al relato.
¿Otoko es un personaje literario inventado por el recuerdo pasional de un escritor japonés o es realmente la amante furtiva de un hombre casado, escritor él, a la que ama profundamente pero a la que jamás elije?
¿Una obra de arte, un libro escrito, Una chica de dieciséis, o un cuadro pintado, Ascensión de un infante, es siempre el conjuro del deseo humano para exorcizar la angustia y el dolor frente a la pérdida?
¿Termina siendo el amor, siempre, la expresión más acabada de la locura, propia o ajena?
Lo bello y lo triste.
La vida y la muerte.
No puede ser de otra manera. Jamás lo será.
Por que al cabo siempre hay un final. "Keiko (la locura, la muerte, la venganza) abrió los ojos. Las lágrimas seguían brillando en ellos cuando miró a Otoko (el amor, la vida, la pasión)".
Lo demás se acurruca en el corazón del lector, como si de un niño indefenso se tratara y al cerrar el libro, una nostalgia infinita se apodera de nosotros.
MG
Resistencia, octubre de 2013
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