La cueva estaba desde antes de mi llegada
Era una fosa oscura con lúgubre mirada
El resto del latifundio
Era límpido y claro
Sobre una meseta nacían flores diminutas pero macizas
Que llenaban el aire de un olor alcanforado
Agradable y distante de inciensos nostálgicos
Más acá un grupo de arbustos sonoros
Solían rugir a la hora de la siesta
Cuando el sol increpaba fútil y sincero
A las cosas más ambarinas
Se mecían como árboles perdidos
Con hojas marrones que fluían transparentes
Era un vértigo la siesta
Y hasta había duendes diminutos por la calzada desierta
También había un hilo seco de agua mojada
Que se escabullía hacia otros recónditos lugares
Y era tal su recorrido que siempre nos advertía
Sobre la distancia circular de otras furtivas letanías
Calmo
Diáfano
Sencillo
Cada pincelada sobre el paisaje
Fue meticulosamente programada por el gusto pletórico
De alguna confinada y vital Voluntad
Que cada tanto pasaba a saludar
¡Si no fuera por ese foso negro que ardía!
Yo llegué peregrino de ausencias casi por casualidad
Más bien perdido de encuentros y tropiezos
Y residí en su morada gozoso de almibares
Y dulces licores astrales echo con frutas ascéticas
Que reclamaban paz a los sentidos y a las pasiones
Mientras los días caían despacio e indefensos
Una mañana de sol como otras tantas
Me quise en el umbral de esa cueva tan extraña
Y caí inevitable en su oscura y definitiva y lúgubre mirada
Preso inagotable
Permanentemente ya
Desde ahí escribo
Desde ahí escribo
No hay comentarios:
Publicar un comentario