Aída, su hermana menor, la lloró de manera intensa por un mes completo.
El 10 de mayo por la noche, Aída exhausta ya de llorar, miró el cielo negro lleno de estrellas. Pero no miró a todas las estrellas, sino a una, muy en particular. Y la vió como a ninguna otra. Aída sabía perfectamente que esa estrella era nada más que una insignificante luz lejana que no significaba nada. Y que muy probablemente no fuera otra cosa que una piedra incandecente, inerte, rudimentaria y vacía. Sin embargo Aída, esa noche, la eligió para que sea otra cosa.
Desde aquella noche, Adela alumbra las noches negras de su soledad.
a Nancy Quintana, querida amiga y compañera
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