Efectivamente,
de gurí también solía escaparme en el
Gran Capitán, rumbo al sur. Me gustaba el traqueteo del tren (que-tren-que-tren-que-tren) y sacar mi
cabeza por la ventanilla. Era como ir volando por encima de un mundo de fierro.
No escapaba de nada, o quizás solo de mi inocencia. Cierto día, en uno de esos
tantos viajes, entre Mansilla y Desvío Clé, pude observar claramente un centenar
de mariposas de alfalfa que acompañaban una mirada de palabras diáfanas, pero
¿quién acompañaba a quién? ¿El hombre a las mariposas? ¿O las mariposas a las
palabras que poseían al hombre? Mientras tanto yo soñaba con escribir un día
sobre el viajero que a mi costado llevaba una gallina amordazada en un bolso, o
sobre la señora que comía mandarinas e inundaba el vagón con olores de citrus. También
hubo pasajeros que tocaron sus guitarras desparramando sueños mientras el sol y
las sombras corrían al costado del tren magullando los pies por entre las
piedras, en mi solitario viaje.
¡Claro
que vi aquella mirada de aquel hombre, proseguir con su triste camino!,
como también regresar a las mariposas de alfalfa por su rendido destino. Eso
si, en mi caso, nunca llegué a Buenos Aires. Y quizás
por ello, no lo sé, nunca supe en qué parada descendió la alegría.
Al poema
“El viaje lo trajimos…” de Arnaldo Calveyra
De mi último trabajo LA LLAMA EN EL FUEGO,
inédito. Marcelo González, Resitencia, Argentina
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