Me han dicho que las abejas
crearon el movimiento
-y yo tan quieto, tan quieto-
que esas pequeñas tan viejas
formaron los cuatro vientos;
que con aguijones de
lanzas y de mucho ardores
armaron todo lamento;
y apagaron la amargura
con otro de sus ungüentos
fabricando una miel tan pura
que era cosa de locura.
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Me han dicho que las abejas
no saben de soledad
-y yo tan solo, tan solo-
que esas pequeñas parejas
están con todos y todas;
que trabajan en colmenas
y toman lo de la flor
el aguamiel de sus penas;
y que al final se despiden
como si así festejaran
viviendo de lo que mueren
y dando lo que no tienen.
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Me han dicho que las abejas
hacen poemas de almíbar
-y yo sin versos de miel-
que insectos son a temer
con sus pintes de amarillo;
que atacan como en cuchillo
y escriben sobre la piel
con abdomen de su anillo;
y que se avisan con danzas
el lugar y la distancia
del polen y la esperanza
con milenaria enseñanza.
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Me han dicho que las abejas
solo pican con amor
-y yo tan picado de ardor...
¿será ese mi buen dolor
o que será mi lector?-
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