Hoy te dije que para un poeta
jamás regresa su poesía,
y es lo que pienso, pero no sé.
Es cierto, ella intenta volver convertida
en tus ojos de alondra dolorida
que me miran desde el fondo
del abismo descomunal
y sombrío con que miramos
las sombras de la noche
y lo insular del egoísmo.
Rostro perpendicular a la muerte
que grita su sentido teñido
de misceláneas formas del amor.
¡Hay, sí, el amor! ¡Sí,
Sí, el amor!
¿quién se ha olvidado de esas cosas,
cuándo fue que el amor dejó tendido
su ropa en el tendedero de la tarde?
¡Por eso sangra la tarde!
Así regresa, convertido en ropa seca
que desciende de los muros más altos
y de las alambradas más genuinas
enjutos de vientos y osadía,
no hay otra manera de volver
sino cabalgando en tus ojos
por la llanura intrépida del Ser.
Tú eres el poema que nunca pude escribir
rasgo ardoroso que reclama vida
a los cuatro vientos conocidos.
Tormenta de mirada sofocada,
¡no me contestes con tu insomnio
de luna completa! ¡No, no te atrevas!
Dime, contrariamente, que prefieres
el vuelo cauto de tu alondra dolorida
y su trino de gorrión atormentado,
igual que en mi poesía. Justo ahí,
en ese ángulo tenebroso de soledad
e impaciencia los hombres
han de escribir sus rapsodias
y epitafios con grafitis congelados
en manos vigorosas y terribles
que al fin dirán: jamás regresa la poesía,
jamás lo hace. Adiós. Adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario